miércoles, 31 de octubre de 2012

Inmigración: Mosaico de Identidades

Es interesante revisar la historia de la inmigración en la Argentina desde el proyecto de país. Un desprecio por el nativo, el gaucho y el aborigen, se combinaron con la importación de la ilustración europea, y así se estableció la base para el progreso y el futuro. Sin desconocer el significativo aporte y riqueza de las corrientes inmigrantes, ha quedado sin duda establecido que no seremos ni europeos ni norteamericanos. La migración desde los países limítrofes (en particular Bolivia, Perú y Paraguay) nos confirma que somos latinoamericanos, somos multiculturales. 
Para analizar este tema, dos vertientes confluyen. La primera, concentrada en la inmigración, es que creo sería una muy buena idea volver a inmigrar a nuestro país, incluso para los que ya residimos o nacimos acá. El movimiento de la gente sigue siendo en términos de las condiciones que el territorio da y los derechos que ser habitante brinda. Tanto a los que están llegando, como a los que nacimos, como a los que siempre estuvieron, nos está faltando pasar al proyecto de un país o una Nación que cuente con alguna estrategia de política inmigratoria.
Argentina sigue siendo un país receptor de inmigrantes. Tener un plan para su radicación es claramente diferente a la irregularidad del trabajo esclavo, la indocumentación, la falta de condiciones habitacionales, el tráfico de personas, etc. En nuestra historia reciente, no hubo política de estado ni gobiernos para administrar la inmigración desde la dignidad y el respeto por los diversos pueblos.
La segunda vertiente transcurre por preguntar sobre las causas por las que discriminamos al inmigrante o al extranjero. Identifico tres caminos para pensar respuestas posibles.
Primero, confundimos al prójimo con el próximo. Nuestra idea de solidaridad con el otro diferente se reduce a la proximidad; si no lo veo, no existe. Más allá de la frontera de mi área de influencia, queda descartado como prójimo. Esta concepción hace inviable un país; en función de la visión de una Nación, se trabaja para el prójimo. Si somos unos país con prójimos y no próximos, verdaderamente seremos un país federal.// 
Esa distinción entre prójimo y próximo aumenta el grado de consideración por lo diferente, no en términos de lo visible sino de invisible, sean otros seres humanos, sus costumbres, sus lenguas, sus prácticas culturales, su arte, su localización geográfica, sus comidas.
Segundo, confundimos extranjero y extraño. En un inicio, el extranjero nos aparece como extraño, y tomamos todos los recaudos posibles por lo extraño que es. Los prejuicios, los estereotipos, nos aíslan y, como en un estado de cuarentena, nos hacen tomar distancia físicamente. Es lo contrario a una bienvenida. No toma en cuenta ninguna de las riquezas que la sociedad incorporaría al sumar lo nuevo, que empieza como extraño, para con posterioridad, hacerse propio. La posición es reactiva, expulsiva. […]. 
Tercero, la diferencia está dada en cada uno en el recorrido vital y en la historia genealógica. Nosotros tenemos un compromiso ético con el extranjero, no solo porque extranjeros fuimos todos en la tierra de Egipto, sino porque somos en franca mayoría descendientes de las corrientes inmigratorias de finales del siglo XIX y principios del XX.
La mínima responsabilidad con un extranjero, que llega hoy a la Argentina, es brindarle lo que nuestros abuelos recibieron. Es la nuestra una tierra de bendición para el que busca un destino de paz y libertad. Un país como el nuestro, conformado por un conglomerado de orígenes, a lo largo de varias generaciones, tiene una total desconsideración con la memoria histórica biográfica, al no ponerse en la postura de nuestros abuelos, y afirmar que los extranjeros “nos sacan el trabajo”, “son delincuentes”, “traen los problemas”.
Sin políticas de Estado de inmigración, el fenómeno queda a expensas de la situación sociocultural de los prejuicios. Para lograr una convivencia sin segregación ni exclusión, un Estado activo debe educar al ciudadano en ser un receptor del inmigrante, en ponderar nuestra identidad, en asumirnos, con orgullo y no con frustración, como latinoamericanos, en valorar aspectos como la tenacidad, el sacrificio, observados en algunos grupos inmigratorios, al saber que nada lograrás sin esfuerzo. Los nativos no siempre nos disponemos a hacer el esfuerzo de arraigarnos, y estamos en esta tierra desarraigados.
El principio espiritual debe aplicarse para que todos los habitantes, nacidos o llegados por inmigración al país, sean sumados e integrados en su diferencia a la ciudadanía.

Fragmento extraído del libro Celebrar la diferencia. Unidad en la diversidad, del Rabino Sergio Bergman 

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