Había una vez un reinado en tierras pingüinas y desde allí salieron dos presidentes de la República. Un buen día el pingüino emperador fallece y la pingüina descuida el terruño, lo deja en manos de un bufón borrachito que ante la escasez de reaccionarios, operadores políticos y líderes que le hagan sombra, reunió la tropa y cambió el discurso.
Ahora ronda por los pueblos llevando su mensaje de paz, dialoga con la plebe y ofrece un espacio de coloquio como si la magia se hubiese apoderado de él. Mediante un hechizo, se olvidó de la opresión a la que había sometido a su pueblo, de las injusticias con las que había gobernado, de la sordera que lo aquejó durante más de cuatro años, de las impericias cometidas en honor a la pingüina emperatriz y como ofrenda dio muestras claras de un nuevo escenario político.
La poción demagógica le hizo decir cosas como "voy a desterrar la ley de lemas" o "cualquier acto de corrupción debe ser denunciado ante éste Gobernador" o "el diálogo es la herramienta que tenemos para crecer los santacruceños" y se acordó del extranjero Sosa, quien fuera desterrado, ninguneado, castigado, para decir que "hoy no desobedecería a la Corte Suprema".
Lo cierto es que en tiempos remotos existió otro mandatario que dijo no le iba a "sacar el culo a la inyección" y luego cerró la puerta y se fue para siempre a un lejano país llamado Olvido. La historia se volvió a repetir con actitudes y personajes diferentes.
El borracho bufón se transformó en el nuevo líder territorial, totalmente cercado por los miembros de la corte del Gran Reinado nacional, sin dinero, sin gobernabilidad pero con la experiencia de haber dedicado gran parte de sus 56 años a la vida licenciosa de la política y con la convicción de quedarse a cumplir sus cuatro años de mandato.
COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO NO HA ACABADO....
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